La representación arquitectónica se basa en una fórmula cartesiana entre lo alto, largo y ancho de nuestra realidad, lo cual nos lleva a experimentar y reconocer el mundo en tres dimensiones. Pero hablar de la tercera dimensión, es reconocer la capacidad cognitiva para percibir el mundo particularmente a través del sentido de la vista. Una solución arquitectónica parte principalmente de la representación bidimensional derivada del plano, y de la narrativa experiencial sugerida por el arquitecto. Una narrativa que es justamente la recopilación de un conocimiento y experiencia adquirida para resolver un problema a través del diseño.
La narrativa del arquitecto se vuelve relevante para la interpretación arquitectónica, ya que ver la arquitectura desde un plano de dos dimensiones es peligroso, y más cuando se trata de resolver un problema a través de una experiencia. La idea de experiencia entonces, parte del reconocimiento de un suceso particularmente individual y derivado de un conocimiento adquirido, primero de manera personal e íntima, y segundo de la colectividad y el contexto. La experiencia de cada persona es única y se manifiesta de acuerdo con la manera en que el cerebro registra un evento, su relevancia y como se adhiere a la memoria.
Pero si la experiencia es individual, ¿cómo puede ser transmitida?
La historia humana está llena de grandes narrativas que hacen volar la imaginación llevándonos a crear una propia experiencia, principalmente imaginada y quizás fantástica. Italo Calvino, en su libro, Las Ciudades Invisibles, narra justamente las historias que Marco Polo cuenta a Kublai Kan sobre ciudades y experiencias urbanas que se mezclan entre la realidad y la imaginación, no solo de Marco sino del mismo Kublai, quien no puede dejar de aderezar las historias del primero con su propia experiencia imaginaria.
El arquitecto que narra el diseño a través de la experiencia desafía el plano bidimensional, y sitúa al que lo escucha en un plano experiencial y tridimensional, lleno de recorridos, luces y sombras inexistentes; pero presentes en su capacidad cognitiva y en la memoria previamente adquirida. Nuestra capacidad cerebral y de percepción espacial no se logra a través de la representación bidimensional únicamente, sino que requiere de la interpretación y narrativa e imaginaria que acompaña el diálogo sobre diseño. El cerebro no solo funciona con el sentido de la vista, sino en conjunto con la memoria y experiencia de los otros sentidos.
La representación programada entre muros, pisos y techos, no solo determina un fenómeno de percepción y experiencia, sino que desde una perspectiva háptica logra estimular sensaciones entre las superficies y objetos. Lo háptico sucede a nivel neuronal y cognitivo, y donde los elementos arquitectónicos son identificados por proximidad y posición de los elementos en el espacio. Así como de la relación propioceptiva entre cada elemento y nuestro cuerpo; las texturas, la temperatura de los materiales, el reconocimiento del color, la superficie, la cubierta, los vanos, el vacío y los bordes de un edificio.
De la investigación sobre la percepción de la tercera dimensión y la arquitectura han derivado diferentes teorías y estudios que demuestran los efectos sobre el comportamiento y las preferencias del ser humano. Una de las teorías de percepción visual y háptica más relevantes es acerca del diseño de paisaje en el siglo XVII llamado "The Picturesque” o su traducción al español “lo pintoresco”. Este se define como una estrategia de composición formal y manipulación del paisaje a través de elementos de diseño que producen una sensación pictórica y de encuadre especificó cuando se observa desde un punto. De la misma forma en que se mira un plano, "The Picturesque" enmarca planos visuales a través de la locación del observador y determinada por la armonía de los elementos observados. Este tipo de soluciones de diseño nos llevan a evaluar el significado que se tiene sobre distancia, tiempo y espacio entre los objetos observados.
La posición puntual del observador en el espacio crea el interés en la experiencia visual hacia paisaje, y esto se debe a que la información que se obtiene al identificar los elementos que componen lo observado, se estimula una reacción hacia el significado convencional, contextual e intuitivo de cada elemento, y una experiencia reflexiva en el acto. Nuestro cerebro procesa la información obtenida y a través de la estimulación neuronal producirá entonces una reacción que pudiera estimularnos no solo a ver de manera contemplativa, sino a recorrer el espacio o terreno, e invitarnos a analizar los elementos cercanamente.
Juhani Pallasma escribe: “La visión revela lo que el tacto ya sabe… Nuestros ojos acarician superficies distantes, contornos y bordes, y la sensación táctil inconsciente determina lo agradable o desagradable de la experiencia”
En este sentido podemos darnos cuenta de que la estimulación se presenta en el sentido háptico y propioceptivo; y por la necesidad que impera en nuestra naturaleza curiosa. Al mismo tiempo que se genera un proceso cognitivo y reconocimiento de los elementos desconocidos. Por lo que la necesidad de exploración queda sujeta a la búsqueda particularmente por el misterio de conocer lo que se observa.
Kaplan y Kaplan, a través de su teoría de la preferencia, describen los factores de estimulación de la experiencia sensorial: la exploración y la comprensión. Y formulan los objetivos para dar sentido e implicarse en el entorno. Con esto definen que los factores que determinan la preferencia están sujetos a dos fuentes de información percibida: la presente o inmediata, y la futura o potencial.
La estimulación para realizar un recorrido espacial resulta del deseo por moverse y explorar aquello que invita a interactuar en el espacio, de la tensión entre el cuerpo y los objetos que se observan, y de la flexibilidad para desplazarse lejos del encuadre percibido. La vista, aunque juega un papel relevante, se guía por la experiencia háptica, y la fórmula nos provocará explorar la arquitectura. El ojo no solo depende de la legibilidad y de la visualización de los objetos en el espacio, o de un marco visual planeado y claro, sino de la temperatura del lugar, del olor y desde luego de nuestra capacidad de propiocepción para interesarnos por el movimiento, por la exploración y por el objetivo de crear nuestra propia experiencia.